Diccionario de Filosofía Latinoamericana | |
ENCUENTRO DE DOS MUNDOS. | |
. Se refiere al hecho de lo que comúnmente se denominó, por más de cuatro siglos y sin suscitar problemas, Descubrimiento de América. Algunos años antes de que se cumpliera medio milenio del arribo de Cristóbal Colón a nuestro hemisferio, las instituciones españolas de cultura comunicaron y convocaron a las del resto del mundo, especialmente a las luso e hispano parlantes, la decisión de, y la invitación a mover por todos los medios (reuniones científicas, conferencias, publicaciones, seminarios, cursos, investigaciones, radio y televisión culturales y noticiosas, etcétera) el interés por estudiar y valorar, en suma por reflexionar con seriedad y hondura y a la luz del presente, acerca de aquel memorable acontecimiento que al ensanchar la geografía abrió paso a la formación de grupos humanos nuevos, criollos y mestizos que constituían lo que son hoy Angloamérica y Latinoamérica. Esta ultima bien llamada así, ya que otras denominaciones como Iberoamérica, Hispanoamérica, Euroamérica, Indoamérica y más, no engloban aquello que, sin apelación, es común a los pueblos del sur del Río Bravo y a las grandes islas del Caribe, esto es, la herencia cultural de raíz latina. Con razonable anticipación se aprestaron a la tarea convocada, España, varios países latinoamericanos y otros de habla distinta, ya que el famoso periplo de 1492 tuvo mucho que ver con trascendentales acontecimientos ineludibles en la Historia del mundo moderno y contemporáneo, verbigracia: la aparición de los Estados Unidos de América, la apertura de las rutas del Pacifico y la inclusión de sus culturas isleñas al ámbito de la Historia universal, la posibilidad de conocer cómo es la Tierra en su totalidad; además, los viajes ibéricos fueron acicate para impulsar otros muchos, lo que aceleró la competitividad mercantil, los avances técnicos navieros, la carrera armamentista, el aumento de la riqueza alimenticia, y por fin la dilatación del espacio hacia las luces y sombras de la modernidad. En razón directa de la universalidad del hecho se pensó la conmemoración del mismo y su finalidad concreta: ensanchar en forma simultánea el conocimiento histórico crítico y más justo de los pueblos involucrados, y el entendimiento, la solidaridad y el respeto mutuo entre todos ellos. El asunto no fue fácil; surgieron discrepancias desde las primeras reuniones – 9 al 13 de julio de 1984 – efectuadas en Santo Domingo, República Dominicana, a las que acudieron las Comisiones Nacionales de los países de América y España, entre otras, para exponer y discutir sus puntos de vista en torno a la recordación del acontecimiento. Desde ya, aparecieron las diferencias, una de las primeras y más acérrimas fue la que presentó la delegación mexicana, formada por Miguel León Portilla, José María Muriá y Alberto Lozoya, quienes propusieron no hablar del descubrimiento de América, sino del encuentro de dos mundos. No se pretendía una simple sustitución de términos, sin "(...) una transformación del contenido ideológico que se encuentra amparado por cada vocablo" (1988, núm. 2: 186). Se buscaba demostrar que descubrimiento es palabra impropia, equivocada e injusta, porque de algún modo hace a un lado la importancia de las culturas americanas prehistóricas y su evidente herencia en el "orbe entero". "(...) insistir en el concepto de una América descubierta implica recaer en el añejo vicio de proyectar la Historia desde un punto de vista europeo –e más bien eurocentrista–, (...)" (1988, núm. 2: 186). La representación mexicana exhortó a que: "(...) con un enfoque orientado por la equidad (...) demos entrada a la idea de que más que hablar de descubrimiento (...) suprimamos el etnocentrismo y reconozcamos que en 1492 se inició en realidad un encuentro (...)" (1988, núm. 2: 187). En los siglos anteriores varias veces se usó en referencias al descubrimiento de América el término "encuentro", como una palabra más, inofensiva, sin cargas conceptuales; pero ahora, la ponencia señalada fue piedra de toque para que, al amparo de posturas historiográficas, de ideas filosóficas y de cierta susceptibilidad latinoamericana, saltaran resentimientos, agravios, dudas, pasiones, odio, admiración, miseria y grandeza del asunto en cuestión junto a sesudas, ponderadas y originales consideraciones. Para aprehender la complejidad del problema que se suscitó, creo que es más operante citar algunas autorizadas opiniones al respeto. Edmundo O'Gorman –historiador mexicano– opinó que la "precipitada propuesta" resulta superficial, ya que no calaba en el verdadero sentido del suceso, al que se veía como una "especie de confrontación y choque entre dos entidades que se resuelve en una fusión de toma y daca", y no como lo que fue: "una entrañable asimilación ontológica de la realidad americana a la realidad universal" (1988, núm. 2: 192-213). Alejandro González Acosta, de la Academia Cubana de la Lengua, publicó en el Diario UnomásUno (3 de octubre de 1991: Secc. Ciencia, cultura...) un articulo: "Encuentro, descubrimiento, confrontación y lucha" en el que trató de equilibrar todos los contenidos de aquel 12 de octubre: "se trata de ver entre las brumas de la pasión qué hay de cada ingrediente en este caldo espeso". Y continúa: "No hay ciertamente en la historia de la humanidad, muchas transformaciones que no vengan acompañadas de sangre... Es el desgarrón doloroso que avisa el parto, mas que nos pese". El español José Luis López Schümmer, Presidente de la Asociación de Investigación y Especialización sobre Temas Iberoamericanos (AIETI), y nombrado también Presidente de la Sociedad Estatal encargada de ejecutar los programas conmemorativos del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, afirma que: "aunque pueda hablarse de un encuentro entre dos mundos en 1492, lo realmente significativo es el redescubrimiento de América, la recreación del Mundo Nuevo, la renovación del mito de la unidad del mundo" (1988, núm. 9: 26). El mexicano Silvio Zavala corrigió la idea de que el encuentro se considerara sólo de dos mundos, ya que esto sería ignorar África y Asia –continentes e islas– alcanzados por las rutas oceánicas de las navegaciones ibéricas. Encarecía, además, que no se debía "recortar el recuerdo de esa acción histórica disputando la terminología" (1988, núm. 9: 17). Infortunadamente esto sucedió, ya que en América Latina el resultado de los estudios al respecto fue pobre. Leopoldo Zea, ejemplo ineludible de interés latinoamericanista, se pronunció por la idea de una América Latina que siga y alcance su preocupación de integrar lo que no debe estar separado, sin detenerse especialmente en los vocablos, podía reflexionar sobre los hechos y llamaba a apoyarse en el Quinto Centenario para iniciar el futuro: "No nos preguntemos ya ¿Quinientos Años... de qué? Sino ¿Quinientos Años... para qué?" (1988, núm. 9: l l-13). Vemos que el asunto fue traído y llevado para bien o para mal, en verdad la discusión no terminó jamás; corrió tinta para defender e imponer o para atacar y no permitir el cambio sugerido, lo cierto es que cada cual siguió usando la denominación de lo que pasó en 1492 de acuerdo a lo que más cuadraba a sus intereses intelectuales, a sus tradiciones, a sus conocimientos, fueran éstos históricos, filosóficos, antropológicos, filológicos, o a sus ignorancias; el apoyo o la desaprobación de lo sugerido se ligó también a convicciones políticas y a simples simpatías o antipatías. En este país –México– se realizaron programas al respecto, pero fueron siempre acciones sueltas, no se conformó nunca en plan nacional coordinado. Muchas de las actividades realizadas resultaron encasilladas, de poca difusión y trascendencia, de poca movilidad para ser entendidas por todos los sectores. Actos hubo en la conmemoración que fueron chispazos luminosos y hasta geniales unos, y baldes de agua fría otros, según de quien provenían. Para referirse a lo que pasó el 12 de octubre de 1492, se usaron términos de toda laya: ridículos, chuscos, peyorativos y a veces laudatorios, en todos los casos inútiles, por ejemplo: tropezón, encontronazo, choque, principio de genocidio y la violación, o bien glorioso, santificador, excelso, etcétera. En todo caso –encuentro y/o descubrimiento– la polémica fue una sacudida, a querer o no, hizo volver los ojos y el ánimo hacia el principio de todo, de todo lo que es hoy nuestra América para, por fin, entenderla en su esencialidad, como lo que es y no otra cosa.
Corominas, Joan, y José Pascual. Diccionario crítico etimológico castellano y hispánico, Madrid, Gredos, 1987, 5 t. vol. II. Cuervo R. J. Diccionario de Construcción y régimen de la lengua castellana, París, A. Roger y F. Chernoviz, Libreros Editores, 1886, 2 t. Aznarez, Carlos y Norma Néstor. 500 años después: ¿descubrimiento y genocidio?, Nuer, España, 1992. Bernard, Carmen (comp.). Descubrimiento, conquista y colonización de América a 500 años, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Fondo de Cultura Económica, México. Beuchot, Mauricio. La querella de la conquista: una polémica del siglo XVI, Siglo XXI, México. Cesares, Julio. Diccionario ideológico de la lengua española. Desde la idea a la palabra; desde la palabra a la idea, 16ª ed., Gustavo Gilí, Barcelona, 1989. Colombres, Adolfo. A los 500 años del choque de dos mundos: balance y prospectiva; 1492-1992, Sol, Buenos Aires, 1989. Cook, Ramsay. 1992 and all that: making a garden out of a wilderness, Robarts Centre for Canadian Studies, Ontario, 1993. Zamudio, Luz Elena. América-Europa: de encuentros, desencuentros y encubrimientos, memorias de II Encuentro y Diálogo entre dos mundos: 1992, Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, México, 1993. Cuadernos Americanos, Nueva época, núm. 2, año I, vol. 2, UNAM, México, marzo-abril 1988, Cuadernos Americanos, Nueva época, núm. 9, año II, vol. 3, UNAM, México, mayo-junio 1988. |
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Benicio Samuel Sanchez
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Por medio de la historia familiar descubrimos el árbol más hermoso de la creación: nuestro árbol genealógico. Sus numerosas raíces se remontan a la historia y sus ramas se extienden a través de la eternidad. La historia familiar es la expresión extensiva del amor eterno; nace de la abnegación y provee la oportunidad de asegurarse para siempre una unidad familiar".
(Élder J. Richard Clarke, Liahona julio de 1989, pág.69)
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